Aligere la carga mental, reduzca el estrés
Biológicamente, el estrés es una reacción orgánica que se activa cuando una persona enfrenta una amenaza.
En este sentido, el estrés es tanto útil como necesario, ya que el cóctel hormonal que genera inicia comportamientos protectores como la lucha o la huida.
Psicológicamente, un estímulo estresante genera una respuesta emocional seguida de una evaluación de la situación.
Emociones como la sorpresa o el miedo actúan como señales eficaces que nos permiten evaluar riesgos vitales. Sin embargo, la mayor parte del estrés que experimentamos en nuestra vida cotidiana no responde a emergencias reales. Más bien, refleja el temor de no cumplir con objetivos autoimpuestos, relacionados con exigencias internas que provienen de creencias o de imágenes idealizadas de personas a las que intentamos emular, muchas veces a un alto costo personal.
El estrés agudo o incluso crónico puede aparecer como resultado de un exceso de trabajo.
Esto ocurre cuando nos esforzamos por cumplir con las múltiples demandas diarias: familiares, profesionales, sociales, etc.
El estrés también puede instalarse porque queremos triunfar profesionalmente como nuestros padres o porque sostenemos creencias rígidas, como pensar que una relación amorosa duradera debe estar siempre libre de conflictos. También puede surgir de manera repentina tras eventos inesperados como una separación, un despido, un diagnóstico grave o una experiencia traumática. Cuando las demandas psicológicas internas o externas superan nuestros recursos, aparecen los efectos negativos del estrés. Esta sobrecarga mental puede generar una agitación interna que resulta agotadora para nosotros mismos e invasiva para quienes nos rodean. A pesar de nuestros esfuerzos, el estrés suele desencadenar comportamientos inadecuados como el aislamiento o la irritabilidad, ya que inconscientemente tratamos de defendernos de la culpa. Entre los síntomas frecuentes del estrés se encuentran:
Nuestros psicopracticantes ayudan a los consultantes a identificar los modelos subyacentes que alimentan estas exigencias. Mediante un trabajo tanto analítico como corporal, se anima a los consultantes a reconocer la tensión psicológica y el malestar que generan estos patrones. Este proceso permite priorizar y reorganizar sus vidas respetando sus limitaciones, recursos internos y necesidades. El objetivo no es simplemente enseñar técnicas para gestionar el estrés, sino desactivar sus mecanismos más profundos. Este enfoque genera un alivio duradero de la presión interna, permitiendo recuperar una vida más tranquila y fomentar relaciones armoniosas.
Reducir el malestar de la ansiedad, recuperar la tranquilidad
La ansiedad corresponde a un estado de vigilancia dolorosa relacionado con un temor más o menos consciente.
Al igual que el miedo, la ansiedad es una emoción, pero se diferencia en que la sensación de inseguridad percibida por la persona no se basa en la presencia de un peligro real. La ansiedad es un estado permanente, a diferencia de la angustia, que se manifiesta en forma de crisis. La ansiedad está presente en todos nosotros. Es completamente legítimo experimentar esta emoción antes de un examen, una entrevista de trabajo o una competencia deportiva. En un grado moderado, esta ansiedad anticipatoria es incluso útil, ya que nos impulsa a prepararnos de manera efectiva para este tipo de desafíos.
Sin embargo, cuando la ansiedad se instala en nuestra vida cotidiana, sus efectos suelen ser muy pesados tanto para la persona (sensación de estrés, miedo constante, insomnio, fatiga, dificultades para concentrarse, etc.) como para su entorno (indisponibilidad, susceptibilidad, irritabilidad, etc.). Esta ansiedad recurrente es señal de un miedo latente al fracaso, que lleva a la persona a anticipar de manera excesiva dificultades o eventos negativos, borrando a su paso cualquier expresión de alegría y espontaneidad en quienes la rodean.
En el plano conductual, la persona puede desarrollar comportamientos de evitación hacia las situaciones que le generan preocupación.
Incluso puede llegar a desarrollar una fobia específica (como claustrofobia o agorafobia) o una fobia social, como el miedo a sonrojarse en público (ereutofobia) o el miedo a hablar en público (glosofobia), de diferente grado de incapacidad. Una ansiedad severa también puede ser la causa de una crisis de pánico o generar comportamientos obsesivos en mayor o menor medida. En este ámbito, los trastornos obsesivo-compulsivos (TOC) corresponden a una forma patológica de ansiedad.
El estado ansioso se ve favorecido por nuestra cultura y estilo de vida occidental.
En este contexto, se prioriza la atención al pensamiento racional sobre las percepciones y sensaciones corporales. Nuestras impresiones y pensamientos sobre nosotros mismos y los demás, a menudo negativos y erróneos, tienden a invadirnos y forman un círculo vicioso, a veces incluso sin que seamos conscientes de ello. Sin embargo, cuando comenzamos a observar y cuestionar estos pensamientos ansiosos, nos damos cuenta de que están mayoritariamente compuestos por el temor de no corresponder a los valores que hemos adoptado, los cuales generalmente están vinculados a nuestra infancia y la manera en que nos hemos construido como personas.
Trabajar la ansiedad proporciona un alivio mental. El acompañamiento ofrecido por nuestros psicopracticantes consiste en ayudar al consultante a identificar y nombrar sus valores, así como a reconocer las áreas de su vida sometidas a sus expectativas más fuertes, que suelen ser inconscientes. Gradualmente, con la ayuda del psicopracticante, el consultante toma conciencia de los mecanismos que originan su ansiedad, lo que contribuye a reducirla. Una práctica que aumenta la sensibilidad a las percepciones y sensaciones corporales complementa de manera efectiva este enfoque y fomenta un bienestar duradero.
Prevenir o mitigar los efectos del burn out
Este testimonio expone varios síntomas presentes en el síndrome de agotamiento profesional, más conocido por su término en inglés «burn out» (también escrito como «burn-out» o «burnout«): falta de energía, dificultades de concentración, exposición prolongada a una sobrecarga de trabajo, sensación de estar atrapado en una situación inextricable y de pérdida de control, falta de apoyo por parte de la jerarquía, impedimentos para realizar un trabajo de calidad, desvalorización personal, conflictos de valores, sentimientos de desapego e inseguridad, trastornos del sueño, entre otros.
El burn out se refiere a un estado de agotamiento físico, emocional y mental experimentado por una persona como resultado de una exposición prolongada a situaciones de trabajo psicológicamente exigentes. La persona siente que sus recursos están completamente vacíos, y esta fatiga extrema, que persiste incluso tras los periodos de descanso, la coloca en una espiral peligrosa que le impide afrontar su carga laboral. Paralelamente, se instala una indiferencia progresiva hacia las obligaciones y el entorno profesional. Estos signos suelen ir acompañados de una desvalorización personal, relacionada con el sentimiento de «no estar a la altura» o de «haber fracasado». En sus formas más severas, el burn out conduce a la depresión o a somatizaciones como trastornos musculoesqueléticos o enfermedades cardiovasculares.
El burn out, al igual que otros riesgos psicosociales, es siempre el resultado de una combinación de factores relacionados tanto con el trabajo como con la persona afectada. La gestión adecuada de estos riesgos por parte de la empresa depende, en gran medida, de su capacidad para cuestionar regularmente sus prácticas profesionales, gerenciales y relacionales, y extraer de ellas aprendizajes que le permitan avanzar hacia un equilibrio entre el rendimiento global y la calidad de vida en el trabajo. Para la persona afectada, se trata de detener la espiral que la lleva al fracaso y ayudarla a atravesar este periodo de sufrimiento (físico y psicológico, en muchos casos). Un apoyo psicológico puede contribuir significativamente.
Con la ayuda de uno de nuestros psicopracticioners, la persona se ve guiada a identificar los factores vinculados específicamente al trabajo, algo que a menudo ya no logra hacer por sí misma, y a aliviar así su sentimiento de culpa y sus efectos negativos (falta de energía, trastornos del sueño, sensación de inseguridad, por ejemplo). El acompañamiento por parte de nuestros psicopracticioners lleva a la persona a reflexionar sobre la importancia que le otorga al trabajo (como un medio para afirmarse, ser autónoma, realizarse, subsistir, etc.) y sobre los valores asociados a este (calidad técnica y relacional, método, rapidez en el tratamiento, etc.). Estos dos factores, que varían de una persona a otra, generalmente determinan su nivel de compromiso, pero también la profundidad de su sentimiento de fracaso cuando ya no puede hacer frente. Por último, el análisis de la situación permite comprender mejor los determinantes de nuestra personalidad o pasado que podrían haber interactuado negativamente con la situación, así como aquellos que pueden contribuir a recuperar la confianza y la autoestima.
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